Monday, March 16, 2009

Para LLegar: Cronica del Triatlon Regional de Cancun, 2009

Esto es triatlón #3.

He estado corriendo mas, metiendo mas trabajo de velocidad, saliendo a correr en las noches.

Compre una bici de ruta, una que rueda como cortar mantequilla blanda: suave, cambios francos y que responda a mis piernas. La compre una semana antes del triatlón, lo cual implicaba aventarme a la Viva México. Mi amigo rutero me dijo que tarda para acostumbrarse a rodar en ruta.

Yo tenía una semana para hacerlo.

Me convencí que no esta tan mal. Un amigo se inscribió al tri de Valle de Bravo pero estuvo entrenando en bici de montaña. El martes antes del tri, compro su bici de ruta. El miércoles, la saca para rodar 10 minutos. El jueves, ya estaba empacada. El sábado, hizo el triatlón.

Para decir poco, le fue mal en la parte de la bici y la sufrió mucho.

Estaba rezando que con unas horas demás de experiencia, no me iba a ir tan mal.

El día del triatlón: los organizadores nos citaron más tarde para darles chance a los jóvenes, para que no tuviéramos que esperar nuestro arranque. Chavos de los estados de Tabasco, Chiapas, Yucatán y Quintana Roo estaban todavía competiendo cuando llegue. Y mientras nos escondíamos del sol que caía como plomo, algunos empezaron a marcar sus piernas y brazos con sus números de competidores.

Los nervios me habían atacado durante la semana, cuando estaba pensando en la natación. Me convencí que era un entrenamiento, nada más. Para otros, sin embargo, no era tan fácil. El viernes antes de la competencia, Claudia me dijo que lo iba a hacer pero todavía le falta encontrar una bici. Es una excelente nadadora pero me puse a pensar en lo que implicaba esto. Mantener buena cadencia en el sol por 20 kilómetros en una bicicleta que no es tuya, después de nadar, para luego echar 5 kilómetros corriendo. No supe que decirle y más bien me mantuve callada. Fernando, en cambio, ya había hecho un triatlón, el del Pavo, pero no había entrenado mucho y estaba un poco nervioso. Maratonista y excelente nadador, supe que lo iba a hacer bien.

En frente del mar, el sol creaba diamantes de luz sobre el agua. Juntaron los varones primero para el arranque y mientras los veía alejarse, las mujeres empezaron a juntarse para arrancar. Respire hondo y supe que hoy, el mar es mío.

Silbatazo.

Todavía estoy corriendo por el agua cuando otras ya están boca abajo, nadando. Dejo que se alejan un poco para meterme también.

Por la primera vez en la parte de la natación, estuve nadando al lado de dos mujeres por más de 200 metros. Yo, que juraba que soy la más lenta del planeta, he encontrado dos más quienes son iguales de lentas. No las conocía pero se me hizo que era su primera vez en mar abierto.

En la primera boya, di vuelta y las perdí por completo. El crawl modificado se ha vuelto mi mejor amigo. A cada rato sacaba la cabeza para ver donde estoy. Lo turbio del agua me tranquilizaba y me ayudaba a concentrar.

Llego a la playa y Aline, la juez, grita, “34:20.” Lenta. Sigo hacia la transición. Volteo y veo que todavía había dos personas más en el agua.

Ahora para el momento de la verdad. Subo a la Nueva. A mi Cannondale. Tan bondadosa que es, rebaso a cinco personas. Y esto que traía un Camelbak sobre la espalda, por falta de la porta-ánfora. Hasta que echo una carrerita con un señor que venia adelante, tratando de cerrar como si fuéramos Armstrong e Indurain.

Dije “fuéramos.”

Luego el problema: en la transición, ya no encuentro mis cosas debajo del rack y voy caminando unos minutos, buscándolas. Las encuentro: alguien se había estacionado en mi lugar, encima de mis goggles y toalla. Hago cancha en el rack y me cambio. Para esto, el señor con que cerré mas una chica que rebase ya se fueron adelante.

Empiezo a correr.

Cinco minutos después, ya estoy pidiendo a los altos mandos del cielo que termine la carrera ya. Mi cuerpo se sentía pesado y supuse que el desgaste de haberme excedido en el tramo de la bici me afecto. Los talones no querían subirse más y supe que iba a ser agonizante el rato que seguía.

Y como la vez pasada, me empezaron a rebasar. Ya no me importaba. Ya quería que se terminara todo. Nada me dolía pero el cuerpo se sentía como un costal de piedras.

Pero seguí.

A un kilómetro de la meta, vi un grupo de chavos en bicis, los mismos quienes competieron en la mañana. Me pasaron, echándome porras que ya estoy cerca. Los vi con caras frescas, sonriéndose, llenas de esperanza, felices de haber terminado y competido. Y me impacto.

Quizá un día, uno de estos chavos se vuelva parte de la selección olímpica de México. Quizá se vuelva tan buen atleta que gana los Panamericanos. La Copa Mundial. Las Olimpiadas. Y tendrá toda la esperanza de una nación, queriendo ser como ellos. Como una tal Ana Guevara. O una Lorena Ochoa.

O tal vez se vuelva el científico que descubra la cura del cáncer. O que se haga escritor premiado con el Nobel.

Y me estaban echando porras.


Acaba de ver el futuro de una nación pasar en dos ruedas.


El impacto de esta realización me conmovió tanto que casi estallo en llantos pero veo la meta y me seco la cara.

No voy a poder respirar si cierro con la nariz tapada.

Esta vez, no hubo premiación. Esta vez, había mucha gente molesta por una inscripción más cara que no rindiera como la vez pasada. Había desorganización y palabras fuertes. Y mientras mis tiempos fueron grabados con tinta en lugar de un chip con modem, veía un pelicano volar sobre el mar y la luz del sol volviendo todo tonos de color rosa y rojo. Me acordaba de las caras de estas jóvenes promesas y decidí que independientemente de todo esto, hoy, no hay cosa más bella que un triatlón.

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