Saturday, May 1, 2010

De Estrellas Caídas y Estrellas Fugaces: Crónica Fumikense de la Primera Edición del Ironman Cozumel, 2009

Estaba caminando por la carretera, donde el tramo de ciclismo se llevaba a cabo en el primer 140.6 Ironman de Cozumel. No había nadie salvo los triatletas quienes me pasaban en bici. Estaba sentada al lado de la calle, sacando fotos, cuando un competidor me vio. Se acercó a la banqueta donde estaba yo y me dijo, "Para ti." Su ánfora del evento se rodó hacia mí mientras se arrancó para terminar su vuelta.

El año pasado, en el 70.3 Ironman Cancún, estaba aplaudiendo a un atleta quien también me entregó su ánfora, rodando. Un año después, hice el mismo evento que observé aquella vez, y lo cual fue el primer triatlón que había visto en toda mi vida.  

Quiere o no, tomé la similitud como una señal de que esto es un evento que definitivamente tendría que hacer.

Próximamente...
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El paseo en el ferry a la Isla de Cozumel (lo cual quiere decir "isla de golondrinas") fue turbulento. Gente quienes subieron lleno de alegría bajaron del barco con una tonalidad verdosa cuando llegamos a la isla.

Llegamos al hotel, dejamos nuestras cosas y fuimos en la búsqueda de nuestros amigos quienes iban a competir.

Primera parada: Daniel.

Se puede decir que Daniel está operado del cerebro. El camino para ser un triatleta es diferente de persona a persona. En el caso muy peculiar de Daniel, en una ráfaga de inspiración que vino de haber escuchado del caso del equipo padre-hijo de Dick y Rick Hoyt (el padre remolca una balsa, rueda una bici con carrito al lado y corre con un carriola especial, llevando a su hijo parapléjico, haciendo Ironmans completos así), más aparte de su deseo latente de hacer un Ironman "algún día", le provocó a hacer clic sobre el botón de confirmación en su inscripción en línea del Ironman Cozumel.

Esto iba a ser su primer triatlón en su vida.

Se lucía nervioso, sin ganas de irse a dormir. Quería prolongar al tiempo y hacer que el día, que ya era noche, más largo.

Lo dejamos para hacer sus varios intentos a dormir.

Siguiente parada: Bernardino (también conocido como "Bon Bon").

Un paseo corto en taxi a un precio extravagante nos llevó al hotel de Berna. Estaba tranquilo mientras acampamos sobre su cama y platicamos de su entrenamiento y del evento. Botellas vacías de agua se quedaban paradas sobre su mini refri como suricatas, dejando muy poco espacio para las latas de atún, las cuales estaban apiladas en una torre en una esquina. Tomamos fotos. Posamos en su pozo/regadera/tina. Burlamos de sus shorts para natación que eran cafés con un diseño curioso de círculos de colores otoñescos, refiriéndose a ellos como sus shorts "go go".

Dejamos a Berna con mucha buena vibra, emocionados de que el evento finalmente ha llegado.

La siguiente mañana, rodé al Arrecife Chankanaab, donde se iba a arrancar la natación. Triatletas, familia, amigos, prensa y toda clase de gente estuvieron por todos lados, esperando en la entrada. Me enteré después que les prohibieron a los atletas ponerse bloqueador por el daño que le puede causar al arrecife y a los delfines.

Si, delfines.

Otros eventos tienen fuegos artificiales: Cozumel tiene delfines. Chankanaab es un delfinario y los entrenadores estaban desde temprano con sus amigos marinos, como si quisieran enseñarles como nadar, pero de a de veras. Hicieron sus malabares con facilidad y recibieron muchos aplausos de aquellos quienes estaban esperando en el muelle, listos para empezar.

El arranque elite iba a empezar a las 6:45 a.m. mientras el resto iba a tener un arranque masivo a las 7:00 a.m. Uno por uno, los competidores saltaron al agua, agarrados de los postes del muelle, esperando el momento cuando la primera edición del Ironman Cozumel iba a oficialmente empezar.

La corneta.

Los elite ya estaban pasando los demás cuando la corneta tocó por segunda vez. A aquellos les tardó 15 minutos para nadar los 1.4 km desde el muelle a la boya y de regreso.

Parecía una escena del fin del mundo. Cientos de puntos azules y rosas movieron en una nube hacia la primera boya.

Después de que salieron la mayoría del agua, encontré a mis amigos y mientras ellos caminaban, yo rodé a la primera estación de abastecimiento en la ruta de bici. Sentí un amor, respeto y un espíritu deportivo tan bello que no pude dejar de sonreír. Veía a cada atleta a los ojos y en una complicidad de sonrisas, les dije que estaba orgullosa de ellos.

Esto era una muestra de un grupo muy asombroso.

Mis amigas y yo acaparamos de una tienda de abastecimiento y empezamos a repartir comida y agua.

Los competidores llegaban gritando por agua, gel, PowerBars y Gatorade.

"¡Bloqueador!" gritó una mujer. Claudia siempre carga una bolsa que se ve demasiada pequeña por todas las cosas que trae adentro. A pesar de esto, tenía muchas cosas que pedían los competidores. Bloqueador y protector labial eran dos de estas cosas. La atleta era de Dallas y mientras untó bloqueador sobre sus brazos y el labial sobre sus labios quemados, comentó que tan importante era que los locales salieran a echarles porras.

"¡Toalla!" gritó otro, quién traía las lentes completamente mojadas de sudor.

"¡Vaselina!" gritó todavía otro.

Corrí hacía allá.

Esto era algo que tenía yo.

De la bolsa de mi jersey, saqué mi Body Glide, una barra tipo desodorante que uso para untar lubricante para la nadada en aguas abiertas y para los pies al correr con zapatos y calcetines mojados. El atleta miró la barra con un poco de curiosidad. Le expliqué.

"Lo puedes aplicar, como si fuera un desodorante," le dije.

"Me daría pena," me contestó.

Ah...

Se raspó una porción y la aplicó mientras yo veía los otros ciclistas pasar.

Hubo otro "¡vaselina!" quién se fue directamente hacía Claudia, quien tenía un bote pequeño. Dos dedos se metieron en el bote y en el siguiente momento, metió su mano adentro de sus shorts. 

Las cinco mujeres quienes estábamos parados allí (incluyéndome a mi) lo vimos salir pedaleando en silencio total. Y como si se la hubiera propuesto matrimonio Brad Pitt y en una pendejez total, lo rechace, todas la regañamos, diciendo que le hubiera aplicado la vaselina ella misma.

Les echamos porras a los competidores, llamándolos por sus nombres, y prometiéndoles los platillos más engordaderos de la mesa más decadentemente vestida jamás visto, acompañados de botellas de cervezas sudando con un frío delicioso, todo esperándoles en la meta. Tomamos los nombres de los competidores que ni siquiera conocíamos y también les echábamos porras.

"¿Y yo?" me preguntó un atleta alto, con una sonrisa.

"¿Como te llamas?" le pregunté.

"Peter."

Una sinfonía de sonidos, gritos y ladridos que vagamente se parecía a la palabra "Peter" llenó al aire mientras la sonrisa de Peter se crecía. Se deslizó en la bici, quizá con un corazón más ligero.

Era tiempo de irnos: Berna y Daniel se pasaron por el centro una segunda vez y queríamos estar en la transición de bici a la carrera.

Me adelanté rodando pero di mal una vuelta, yendo lejos de la transición. Lo menciono porque si no fuera por eso, nunca hubiera conocido el competidor quién justo me lo encontré cuando finalmente regresé a la calle principal. Estaba caminando con su bici.

"¿Necesitas ayuda?" le pregunté.

"¿Tendrás otro estomago por ahí?"

Resulta que Chris empezó a vomitar en el Km 32 de la bici. Ya en el Km 112, no pudo más y su estomago estaba completamente de huelga.

Si lo hubiera terminado, esto habría sido su quinto Ironman.

"Creo que correré triatlones cortos desde ahora en adelante," dijo.

Le conté de mis planes de hacer mi primer Ironman. De mi primer medio Ironman. De casi desmayarme cuando me enteré que Michellie Jones estaba en Cancún. De querer ir a Kona para competir en el mismo Iron con Lance Armstrong.

"¿Eres una fan de Lance?" me preguntó.

Por su tono, me di cuenta que tenía algo negativo que decir.

Escondí mi entusiasmo boyante por el siete-veces ganador del Tour de Francia.

"Más o menos."

Y así salió, como suponía que un día iba a pasar: Lance Armstrong es un divo competitivo. Contó de una carrera de bici en Colorado donde Lance, en primer lugar, vino hecho un rayo por un cerro, gritándole a la gente para quitarse de su camino, la mayoría de los cuales estaban competiendo en su primera competencia. Hubo historia tras historia, todas pintando la integridad moral de este hombre en tonos no muy estéticos.

Me quedé pensando en lo que escuché y lo volteé en mi mano, como si fuera una pelota en la mano de un malabarista. La pelota se quedó quieto una vez que hice mi decisión: no estoy haciendo un Ironman por Lance. La única persona para quién lo hago es por mi.

La decisión está hecha: voy por Kona, con o sin Lance.

Llegamos por fin a la transición y deseé mucha suerte a Chris y aquella entidad independiente que se le llama estomago.

Fui a donde desmontaban los ciclistas en la transición.

"¿Y ahora tengo que correr un maratón?" preguntó una mujer, mientras un voluntario llevaba su bici al estacionamiento.

Ya para esto, Bernardino había pasado a la carrera y Daniel apenas entró a la tienda para cambiar (donde una furia de sin-pena-quítatelo-todo estaba pasando adentro) para luego irse a correr sus 42 kilómetros. Una dichosa vuelta por el parque.

Sí, claro....

En la carrera, gente de todos lados llenaban las calles. Había una onda tan fiestera que el único otro lugar donde la había visto de tal grado era el Día de la Independencia en la Ciudad de México. Gente cantando, bailando y echando los "high fives" a los atletas.

En la vuelta, vi Daniel pasarnos y estuve listo para correr con el un rato en su regreso. Le dije que tan orgullosa estaba yo.

"No sabes como me hace sentir esto," me dijo. "Quiero llorar."

Tratando de aguantar mis propias lagrimas, le eché porras, diciéndole que esta tan cerca. Y que estaríamos esperándolo.

Me lo quedé viendo mientras se alejaba de mí, y con una admiración inocente, sequé mi mejilla mojada.

Me fui a la meta para presenciar la llegada del primer atleta, al ritmo de mariachi. Podría ser un poco cínico de mi parte pero cuando estos mujeres y hombres llegaban, observaba como se doblaban levemente, sintiendo la fatiga de haber hecho casi nueve horas de actividad física, y luego los quienes llegaban en lo que parecía un estado ebrio que realmente fue una mezcla rara de deshidratación y singular alegría, me sentí aliviada. Aliviada porque estos súper humanos también son mortales. Que sufrían del dolor. Que los músculos también ardían, aun en sus cuerpos.

Que quizá tenga yo una oportunidad muy valida para terminar con la cabeza muy en alto.

Así que veía la resistencia humana en toda su máxima expresión. Uno por uno, corrían a la meta: sudados, adoloridos y felices.

Una enfermera que conocí en el centro de abastecimiento también estaba en la meta y se acercó para platicar un rato. Me contó que hubo una competidora quien terminó, celebrando lo que en esta fecha exacta marcó su sexto mes de haberse vencido al cáncer. Y lo celebró con hacer y terminar el Ironman Cozumel.

Quisiera haberla preguntado como se llamaba. Cual era el nombre de aquella mujer quien probablemente hizo múltiples sesiones de quimioterapia, vio caer a su cabello, vomitaba el contenido entero de su estomago y decidió mostrarle al mundo que tan viva esta al hacer un Ironman.

Sentía la luz de su estrella brillar alrededor de nosotros, ya que la enfermera y yo estábamos aguantado la lagrima fugaz.

Quisiera tener el coraje de aquella mujer.

Aquella noche terminó con Bernardino llegando a las 13 horas y Daniel, a las 15. A la medianoche, mientras regresaba al hotel en bici, veía gente todavía corriendo y todavía otras echándoles porras.

Me di cuenta entonces que el espíritu humano es mucho más fuerte si haya un destino hacia donde ir. Que la estrella de Lance, aunque es fuerte, grande y ganó un Tour después de haber ganado contra el cáncer, se había hecho opaca y decaído al lado de la de aquella mujer sin nombre y quién venció a su cáncer con un silencio elegante que ninguna maquina de la prensa le pueda otorgar. Que cuando las estrellas vuelan, tenemos que aplaudirlas.

Mis manos están moradas de tanto aplaudir.

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