Thursday, September 22, 2011

De Perder: Crónica Fumikense del 70.3 Ironman Cancún 2011 (18 Septiembre 2011)

En abril, Joseph me preguntó, "¿Cuando vas a empezar a entrenar?"

"Eventualmente," le había dicho. Se refería al 70.3 Ironman Cancún en Septiembre.

Mi rodilla todavía se sentía rara y no podía correr 30 minutos sin sentir este dolor en mi rótula izquierda.

Me fui al gimnasio. Trabajaba mis cuádriceps. Empecé a correr.

Pero me sentía pesada.

Un día, empecé a contar calorías. No me había dado cuenta que haciendo ejercicio te daba una margen mas grande de calorías para quemar, sobre tu limite diario. Supe que ya había llegado a mi límite del día cuando me fui a nadar. Este día, me tocó hacer una sesión de dos horas, mas aparte un calentamiento de 30 minutos que no contaba (porque había salido de la alberca para platicar con alguien y para entrenar bien, tendrás que hacer todo seguido) e hice otro calentamiento de 1,000 metros para reponer el que no contaba.

Aquella noche, no cené. La siguiente mañana, estaba tan agotada, ni podía pensar.

Necesito ayuda. Ayuda profesional.

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La nutrióloga, Lorena, sacó la cinta medidora y las pinzas e empezó a medir mis cuádriceps, mis pantorrillas, mis brazos, jalando mi piel y tomó medidas. Metió todo a la computadora.

Me diagnosticó con tipo 1 obesidad. Una mujer saludable tiene entre 18.5% a 24% de grasa corporal.

Yo tenía 33%.

Tenía un sobrepeso de 15 kilos.

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Aun después de correr y hasta muy noche, seguía pensando de esto.

No pude dejar de pensar sobre esto.

¿Como me pude haber dejado tanto? ¿Como es que dejé de quererme?

Me sentí fea. Sentía como no pude ser atractiva. Odiaba este cascaron en el cual me tocó vivir.

Me pregunté ¿como va a querer un hombre tocarme de nuevo?

Me sentía gorda.

En mi mente, vi aquella puerta. Aquella puerta que dejaría entrar todo el odio que quisiera tener. Lo dejaría consumirme y puedo sentirme segura, tapada con el dolor de la humillación. Estiré la mano hacia la perrilla y la agarré.

Fue entonces que una versión más fuerte y lucida de mi me apareció. Fumi-Lucida me agarró por los hombros, me sacudió y soltó una cachetada.

Me pegó. Duro.

Eres mejor que esto.

Dale chance a la dieta. Nada más dos semanas.

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La primera semana fue pura tortura.

Comí exactamente lo que me dijo Lorena que debía de comer y cuando. Miraría la comida sobre mi escritorio y tendría que voltear la mirada rápidamente, pacientemente aguantando el crujir de mis tripas.

Me agarraría en frente de mi escritorio, sin ningún interés en mi trabajo, mandando mentalmente muy lejos el hambre, llenándome con te para aguantar.

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Dos semanas después, estaba sobre la báscula con Lorena de nuevo.

"Ups..." dijo nerviosamente. "Creo que me pasé."

En dos semanas, bajé cuatro kilos.

Inmediatamente, empezó a hacer ajustes a la dieta.

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Dos meses después, tres días antes del 70.3, mi dieta cambió a lo que Lorena llamó "la dieta de ensueño de todos mis pacientes que quieren bajar de peso". Estaba comiendo papa, pan blanco y harta pasta. Necesitaba llenar mis reservas de energía para que pueda ir la distancia sin el bajón.

Me sentía bastante pesada después de comer. No puedo creer que así comía antes.

Cuando empecé con Lorena, pesaba 77 kilos. Tres días antes de mi dieta todo-carbo, había bajado a 66.

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La mañana de la competencia, Clau, Fer y yo llegamos a encontrar un muy buen lugar de estacionamiento a las 4:30 de la mañana.

A las 5:30, abrieron transición y me instalé. En minutos, la zona estaba repleta de gente.

"¡Tienes diez minutos para llegar al arranque de la natación antes de que cerremos transición!" anunció la mujer por el altavoz.

Alguien se le había prestado mi bomba a otra atleta y Claudia se fue para recuperarla. Yo estaba ya en camino al coche para dejar mi mochila y cuando volteé para ver donde estaban los demás, estaba caminando sola.

¡Vámonos ya! ¡TENEMOS que salir de aquí ahora!

Me topé con Dami, quién andaba estirando tranquilamente.

"¿Tendrás Vaselina que me puedes prestar?"

Tenemos ocho minutos antes de que nos cierra transición y ¿me lo pides ahora?

Nos fuimos con prisa al coche, de regreso a transición y a la playa.

En la playa, me hidraté y nadé un poco. El sol salió entre nubes y me quedé esperando mi oleada. Y mientras salieron, me empecé a poner más y más nerviosa. Esto no era la primera vez que estaba haciendo esto pero con la bajada de peso y el entrenamiento, me sentí como si fuera otra persona.

Estuve con Ana y una sensación abrumadora de emoción me llenó.

Estaba aquí de nuevo, haciendo lo que muchos creen que no pueden hacer. Y sabía que soy una suertuda.

Mis ojos se me empezaron a llenar de lágrimas y mientras recargué mi cabeza sobre el hombro de Ana, otro atleta me dio una palmadita en el hombro y me dio una mirada como si me quisiera decir "lo puedes hacer."

Por favor, que salga mi oleada. Estoy a punto de quebrar.

"Gorras rosas, ¡favor de pasar!" Abracé a Ana y me fui rápidamente con mi grupo.

Observé a la oleada previa nadar pasando la primera boya.

Salida.

Salté y brinqué. Me metí al agua e empecé.

Alguien me rebasó y cuando levantó su brazo del agua, me dio un codazo, quitándome los goggles. Se me metió agua y no pude ver. Me los acomodé y me seguí.

Pasé una boya. Luego otra.

Ya cuando llegué a la quinta boya, me pregunté que ¿donde carajos está la vuelta?

Ya en la vuelta, alguien más me dio otro codazo en el ojo, pegando los goggles a mi cara.

¿Desde cuando es un deporte de contacto la natación?

Ya en el recto final de la natación, por la primera vez durante una nadada, mi vejiga se abrió.

Mentalmente, me disculpé con la persona que estaba atrás de mí.

Cuando me acerqué al tapete de la T1, corrí del agua, me quité la gorra y goggles y sonríe para la camera.

Llegué con mi bici, abroché mi cinturón con mi número, puse mis lentes, abroché mi casco y salí de Transición. Subí a mi bici y me fui volando del parque.

Por alguna razón, sin embargo, mi estomago no se acomodaba y por el resto de la trayectoria, estaba eructando. Agua salía por mi nariz (efecto secundario de la natación) y yo era un desastre escurrido y gaseoso por el resto de la rodada.

Sobre la carretera a Mérida, estaba haciendo carreritas con una chica, como si fuéramos gato y ratón. La rebasaría yo y luego me rebasaría a mí.

En los últimos 20 kilómetros, me dejó muy atrás.

Y aun cuando regresaba de mi última vuelta, me asombraba que hubo un buen de gente todavía atrás de mi.

Entré a la T2 y sentía como el asfalto me quemaba las plantas de los pies. Julio Cesar me estaba sacando fotos con mi nariz todavía escurriendo y con muecas de dolor, mientras corría hacía mi transición.

Definitivamente no era mi momento más chic.

Alguien había quitado mi pareo naranja del rack, justo donde estaba mi lugar, y me tardé un minuto para encontrarlo.

Aventé mis cosas de la bici, me puse mi gorra y salí de transición.

En la carrera, sentía más fácil la transición, ya después de entrenarlo tanto. Pero empecé a eructar de nuevo. Y las plantas de mis pies se sentían quemados.

Hielo y agua fría. Me metí hielo en mi traje y regué mi cara con agua fría, acordándome que aun no he hecho un monumento a estas dos creaciones asombrosas de la naturaleza. Hay muy pocas cosas mejores que la sensación de agua fría sobre la cara y hielo en tus países bajos en un día muy caluroso.

Ruben Grande en su propia salida al mar
Vi a Ruben Grande, un querido y respetado triatleta de nuestra comunidad. Su pierna prostética le molestaba. Fruncía las cejas mientras se movió a un lado de la calle.

"¡Vamos Ruben!" le grité. "¡Te quiero mucho!"

En los últimos cinco kilómetros, un hombre pasado de peso estaba corriendo hacia la vuelta que acaba de dejar.

Y me acordé: eso fui yo el año pasado.

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Más adelante, caminaba un chavo en un jersey amarrillo con el logotipo de DHL en la espalda.

"¡Vamos DHL! ¡Vámonos!" le grité.

Empezaba a correr pero después de 20 metros, seguía caminando.

"¿Cuanto falta para la meta?" me preguntó.

"Creo que son unos tres kilómetros más," le dije.

Se quedó callado. El calor lo estaba madreando.

Cuando estábamos a dos kilómetros de la meta, le grité, "¡Vamos DHL! ¡La entrega es para hoy! ¡No mañana!"

A 500 metros de la meta, estaba allí Irapuato, como el año pasado.

Una cara conocida. Por Dios, una cara conocida.

Empecé a quebrar.

Agarré su mano mientras hicimos un sprint a la meta.

"Dos años seguidos," me dijo. Todas sus otras palabras fueron tapadas por mis sollozos.

Se me olvidó todo lo que acaba de hacer y corrí tan fuerte como pudiera.

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En la meta, ambulaba por el laberinto de puestos de hidratación, mesas de pizza y la zona de masajes, recogí mi medalla y playera y caminé al puesto de Elite Cyclery, donde mis amigos me felicitaron.

Pero andaba aturdida; faltaba algo.

En este momento, Fer Luna (quién terminó en 6:01) me vio y no me pude contener.

Una cara conocida, por Dios. Una cara conocida.

Aún cuando me tenía abrazada, bromeó, "¿Te vas a chillar de nuevo?"

Y allí, entre zapatos de clip y sillones para bici, coloqué todas las emociones que traía y las dejaba sobre mi manga y la de el. Lloré en silencio.

Entregué mi corazón y toda mi alma a esta competencia. Quizá, a veces, sufría. Quizá, a veces, me preguntaba que chingaos estaba haciendo. Y quizá, a veces, me sentía rechazada, no querida y fea. Pero supe en este momento que independientemente de que tan golpeada saliera, que esta emoción muy adentro de mí, esta fuerza que me llevó a la meta y esta creencia de que no me quebraré son cosas a las cuales tendré que ser fiel. Que soy una triatleta. Que estoy operada del cerebro, un algo sádica y mi idea de diversión en mis ratos libres es una tortura para la mayoría.

Pero esto es lo que me recuerda que sigo viva. Que tengo algo para la cual luchar. Que este corazón que late en mi pecho no podría amar algo menos digno.

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En 1918, el líder sindical americano, Eugene V. Deb, fue sentenciado a diez años a prisión por proclamar discursos contra la presidencia de Wilson. El dicho más memorable de Deb durante el juicio (se defendió a si mismo) era lo siguiente:

"Su Señoría, hace años que reconocí mi parentesco con todo ser vivo, y decidí que yo no era ni mejor que lo más miserable de la tierra. Dije entonces, como diría ahora, que mientras habrá una clase bajo, seré de esta clase, y mientras haya un elemento criminal, seré de ello, y mientras siga una alma en prisión, no estaré libre."

Soy una triatleta y me acuerdo que he perdido. He perdido peso que no necesito. He perdido minutos de mi tiempo del año pasado. Y yo reconozco mi parentesco con, y me dan una lección de humildad, gente como Rubén Grande o el hombre de 120 kilos que cruzó la meta y quienes, independientemente de las probabilidades, terminaron porque tienen una cosa que nos une a todos quienes hayan terminado un reto tan grande como es un 70.3: la creencia tan simple y poderosa de que podemos.
70.3 Ironman Cancun 2009
70.3 Ironman Cancun 2011
(Foto: Adrian Malaguti a.k.a. Bardem Downey Jr.)


2 comments:

  1. Muchas felicidades Fumiko! Te debes de sentir extremadamente orgullosa de tu logro, porque como dices, lo que para algunos suena imposible o como una tortura para ti fue todo un éxito!!

    Nut. Lorena Lobo

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  2. Fuminski,
    CLAP! CLAP! CLAP!
    Definitivamente: tortura para mí!
    Pero tienes las ganas y fuerza de voluntad de pocos, por eso es tan querida.

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